El cambio de hora nos trae estas cositas. Tengo la suerte (aunque al principio no me pareciera tal) de vivir en un entorno rural, aunque esté a solo 6km del centro de Bilbao. Bien metido dentro de un profundo valle.
Esta mañana, esperando al tren para ir a trabajar, rodeado por los 4 graditos de fresquete mañanero, me ha pillado el amanecer en la estación.
Primero, una luz por el este, entre el techo de nubes y el monte correspondiente a ese lado. Un contraluz de mucha fuerza. Poco a poco, el techo de nubes va iluminándose, convirtiendo lo que era un cielo opresivo en un espectáculo de color. Estas primeras luces van despertando a los pájaros, de forma que empieza a oirse un piar, aun muy esporádico, en sitios sueltos. El ambiente se hace algo más tetrico, al ir bajando la niebla desde la parte alta del valle. La luz del este ya ha alcanzado la cumbre del oeste. Ver la parte alta del monte iluminada entre la semioscuridad, es gratificante. El cielo, que se ve ya enladrillado, ha adquirido un intenso color rosa. Los pájaros son ya un alboroto. Las farolas de la estación se apagan. Es de día.
Llega el tren. Es el regional; el cercanías no ha pasado, y, con el amanecer, hasta lo he agradecido. Además, mejor, porque los asientos son más cómodos. Me arrebujo en mi asiento y, gracias a la magia del UMTS, escribo esto desde el tren. El día ha empezado bien.
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