Ya he comentado alguna vez cómo el tiempo que hace me afecta a la hora de sentirme mejor o peor.
Ayer volvió a pasar, y fue de los buenos. Salió un día precioso, de esos que hacen que todo se ilumine y hasta los edificios industriales abandonados tengan un aspecto radiante. Yo empece a trabajar muy pronto por la mañana, y aun estaba solamente amaneciendo, y brumoso, de manera que no noté nada especial. Pero a mediodía, al ir a comer, vi el día precioso. El hecho de tener que volver a trabajar a la tarde, con muchísimo que hacer (por suerte no todos los días toca trabajar 11 horas), no empañaba nada en absoluto. Por la tarde quedé con unos amigos, a los que hace tiempo que no veía. Y lo pasé muy bién. Después, un pequeño paseíto, trabajar un rato más, y, ya de noche, volver a casa. La noche también estaba muy agradable, y fue una gozada volver a casa suave suave, por carreteras secundarias, con Mendi en el asiento de atrás.
El paseo no llegó a ruta, fueron menos de 4 km, pero de todas maneras, aquí va:
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