A todos nos ha tocado ir alguna vez a un funeral, y, en general, no es cosa agradable. Pero es algo que hay que hacer, aunque no fuera por otra cosa, por empatía, o por solidaridad, para poder consolar en parte a la familia y los amigos del finado, para que, aun con la pérdida, puedan sentirse, en lo posible, arropados.
En la ciudad (y su área de influencia, me refiero también a pueblos 'urbanitas', lo que pueden llegar a ser ciudades dormitorio), el funeral se reduce prácticamente a una misa, en la que la funeraria se encarga de que a la entrada haya una urna donde depositar tarjetas de visita, y firmar para que la familia pueda, leyendo, sentir algo de cercanía ( a posteriori) de la gente que ha estado. Evidentemente, cuando más cercano se es del finado, en más actos de duelo se participa, como es normal.
El otro día, sin embargo, nos tocó asistir a un funeral en un entorno muy rural. Subiendo a lo alto de la sierra, llegando hasta donde $Deity perdió la zapatilla.... y allí, girando a la izquierda, dos pueblos más allá. Y el ambiente tan rural, de sana y real camaradería que en esos pueblos aun se respira, hizo que la experiencia fuera radicalmente diferente de lo que es un funeral urbano.
Para empezar, nos juntamos los asistentes en el portal de casa del finado, donde el cura llegó a hacer un responso. Tras él, todos en procesión acudimos a la iglesia. Encuentros, besos, lágrimas, y Eucaristía. Y, al terminarla, nueva procesión desde la iglesia hasta el cementerio, donde se procede a dar sepultura. Tras ello, de nuevo a casa del finado, ya no en el sepulcral silencio de la procesión, sino entre las charlas propias de familiares y amigos que se reencuentran despues de tanto tiempo, deseando que hubiera sido por un motivo más alegre. Y, para terminar, la familia del finado ofrece una merienda a los asistentes, durando la charla hasta que se pone el sol.
Totalmente diferente. Hay que vivir ambas cosas.
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