6:20 de la mañana. Empieza a sonar el despertador. Como casi cada día, suena 3 veces en 10 minutos: 6:20, 6:25, 6:30. Solo que hoy, además del despertador, también han sonado, intercalados, dos enormes truenos. Mañana de tormenta. Interesante.
Termino los preparativos, y voy a salir de casa. Miro por la ventana, la tormenta ha pasado, ya no llueve. Perfecto. Cojo un chubasquero por si acaso, pero no cojo paraguas. El ordenador y un libro a la mochila, y a la calle. A coger el tren para la pelea diaria.
Pero, poco dura la alegría en casa del pobre. No llevo andados ni 2 minutos de los 8 que son el trayecto a la estación, cuando empieza a chispear... vaya, que fastidio. El chispeo va a mas... acabo llegando a la estación bajo un intenso aguacero. Ay, el ordenador y el libro, cómo habrán acabado...
Cojo el tren, llego a Bilbao. La tormenta se ha cargado los semáforos. Y, aparentemente, ningún condunctor (y ninguno de los peatones que se agolpa conmigo) parece saber que, con el semaforo apagado, aquello es simplemente un paso de cebra, y los peatones tenemos preferencia. Nadie se atreve a pasar... pero yo me lanzo. Tego que echarme atras en dos ocasiones, por conductores que prefieren atropellarme a parar. Pero al tercero lo consigo, abro la veda y pasamos todos.
Empieza otra semana. Espero que esta sea la buena.
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